domingo, 13 de junio de 2021

 

Honor al rey

Mi nombre es Agesilao, soldado spartiatai a las órdenes del gran rey Leónidas. Nací en una aldea al sur del Peloponeso, cercana al río Eurotas. Crecí y me eduqué como guerrero. Fui cabecilla de mi banda e iniciado en la vida común, compartiendo días y noches con mis compañeros. Dormíamos apelotonados sobre un lecho de juncos cortados a mano, sin más vestido que una ligera túnica y los pies descalzos. La comida era escasa. Así se forjaban los hombres de Esparta.

Aprendí de mis maestros la lectura y la escritura. Cultivé la música, la gimnasia y la estrategia. Destaqué en la persecución de animales de caza y enemigos, gracias a mis piernas robustas y mis pies alados.

Ansiaba adquirir la condición de homoioi y recibir del estado una pequeña hacienda con la que mantener a mi familia y un puñado de fieles ilotas que me fueran asignados para trabajar la tierra. Pero sobre todas las cosas, soñaba competir en Olimpia.

Los dioses fueron benignos, otorgándome un cuerpo fuerte y un ánimo valiente. Eros me propició el amor de hombres y mujeres. Mis únicas reglas fueron el esfuerzo y la disciplina. Mi honor máximo, alcanzar la gloria para mi patria.

Hércules me favoreció participando en la batalla que durante tres días sostuvimos contra los persas del rey Jerjes en el desfiladero de las Termópilas. Yo formaba parte de las fuerzas de retaguardia y aunque muy inferiores en número, luchamos con extraordinario arrojo contra el inmenso ejército persa, con todas nuestras fuerzas -¡lo juro!-; primero con nuestras lanzas, y destruidas, con las espadas, y sin ellas, con nuestros puños y dientes.

Durante la batalla, cegado por el polvo, vi morir a nuestro gran rey Leónidas. Aquello me llenó de rabia y valor. Corrí, volé como nunca para recuperar su cuerpo. Y tras conseguirlo, nos retiramos a las colinas de Clonos. Allí, al amanecer, bajo un diluvio de flechas persas, fui herido. Mientras mis ojos se oscurecían, tuve la desgracia de contemplar la cabeza de mi rey, clavada en una pica, expuesta a la vista de todos.

Pero de todo esto, hace ya mucho tiempo.

Hoy, estoy en Olimpia. He prestado juramento. Mañana participaré en el dolicho, la carrera larga. También he ofrendado un buey a Zeus, para que fortalezca mis alas, como a Dromeo de Estínfalo, en los pasados juegos.

Sueño con regresar al templo en el sexto día, tocado con la corona de laurel y la cinta de lana, y que los heraldos proclamen mi nombre ¡Agesilao de Esparta! que permanecerá por siempre, esculpido en el altar eterno, y entrar como héroe en mi patria y que los poetas narren mi hazaña.

En el monte más elevado yo clavaré una pica, y sobre ella, la corona. ¡Honor al rey!

 

Flegón de Trales, historiador griego del siglo II, recoge en su obra Olimípiadas -compendio histórico que abarca la historia de los Juegos Olimpicos desde su origen hasta el año 137-, una extensa nómina con los campeones de las olimpíadas:

Año 480 AC   

Competición: Dólico (carrera larga)   Ganador: Dromeo. Ciudad de origen: Estínfalo.

Año 476 AC

Competición: Dólico (carrera larga) Ganador: Agnostos-Desconocido. Ciudad de origen: Esparta.

 

martes, 9 de febrero de 2021

Verde mar.
Ilusión de unidad continua.
 
Ininterrumpida multitud 
de sucesivos e infinitos, 
diferentes y efímeros amores.
 
Déjame tus ojos 
para comprender 
mi silencio cuando te miro.
 
Está próxima la estación.
Idearé un indoloro pasado.
Un presente, improvisado:
Falsos desconocidos
Amantes recientes 
que sospechando el final
aún se declaran.
 
Adiós, mi nuevo amor.

sábado, 6 de febrero de 2021

 

Escribo tu nombre
y nieva
sobre el oasis que mi memoria
en tu mar refleja.
 
Hubiera sido un huracán,
un ángel de fuego, un estruendo.
Pero no me arrepiento.
Conservo tu imagen
incendiada en playas y acantilados
-luces lejanas que guían mi regreso
cada vez que resucito-.
 
Escribo tu nombre
y la tierra florece.
Como una promesa.
Como la voz nacarada de Venus
que embelesa cada equinoccio
hasta conseguir el último pétalo.
 
Escribo tu nombre
y el sol se inclina para leerlo.
 
Todo esto sucede
aunque ya no me recuerdes.
Y será el agua sobre la que caminaré descalzo,
el viento de Odiseo,
la puerta de salida del Infierno,
el Aleph,
la Palabra primera.
 
En mi corazón de ámbar late todo imposible.


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