Honor al rey
Mi nombre es Agesilao, soldado spartiatai a las órdenes del gran rey Leónidas. Nací en una aldea al sur del Peloponeso, cercana al río Eurotas. Crecí y me eduqué como guerrero. Fui cabecilla de mi banda e iniciado en la vida común, compartiendo días y noches con mis compañeros. Dormíamos apelotonados sobre un lecho de juncos cortados a mano, sin más vestido que una ligera túnica y los pies descalzos. La comida era escasa. Así se forjaban los hombres de Esparta.
Aprendí de mis maestros la
lectura y la escritura. Cultivé la música, la gimnasia y la estrategia. Destaqué en la persecución de animales de caza y enemigos, gracias
a mis piernas robustas y mis pies alados.
Ansiaba adquirir la condición
de homoioi y recibir del estado una pequeña hacienda con la que mantener a mi
familia y un puñado de fieles ilotas que me fueran asignados para
trabajar la tierra. Pero sobre todas las cosas, soñaba competir en Olimpia.
Los dioses fueron benignos, otorgándome un cuerpo fuerte y un ánimo valiente. Eros me propició el amor de hombres y mujeres. Mis únicas reglas fueron el esfuerzo y la disciplina. Mi honor máximo, alcanzar la gloria para mi patria.
Hércules me favoreció
participando en la batalla que durante tres días sostuvimos contra los persas
del rey Jerjes en el desfiladero de las Termópilas. Yo formaba parte de las
fuerzas de retaguardia y aunque muy inferiores en número, luchamos con
extraordinario arrojo contra el inmenso ejército persa, con todas nuestras
fuerzas -¡lo juro!-; primero con nuestras lanzas, y destruidas, con las
espadas, y sin ellas, con nuestros puños y dientes.
Durante la batalla, cegado por
el polvo, vi morir a nuestro gran rey Leónidas. Aquello me llenó de rabia y valor.
Corrí, volé como nunca para recuperar su cuerpo. Y tras conseguirlo, nos retiramos a las colinas de Clonos. Allí, al amanecer, bajo un diluvio de flechas
persas, fui herido. Mientras mis ojos se oscurecían, tuve la desgracia de
contemplar la cabeza de mi rey, clavada en una pica, expuesta a la vista de
todos.
Pero de todo esto, hace ya mucho
tiempo.
Hoy, estoy en Olimpia. He prestado juramento. Mañana participaré en el dolicho, la carrera larga. También he ofrendado
un buey a Zeus, para que fortalezca mis alas, como a Dromeo de Estínfalo, en
los pasados juegos.
Sueño con regresar al templo en el sexto día, tocado con la corona de laurel y la cinta de lana, y que los heraldos proclamen mi nombre ¡Agesilao de Esparta! que permanecerá por siempre, esculpido en el altar eterno, y entrar como héroe en mi patria y que los poetas narren mi hazaña.
En el monte más elevado yo clavaré una pica, y sobre ella, la corona. ¡Honor al rey!
Flegón de Trales, historiador griego del siglo II, recoge en su obra Olimípiadas -compendio histórico que abarca la historia de los Juegos Olimpicos desde su origen hasta el año 137-, una extensa nómina con los campeones de las olimpíadas:
Año
480 AC
Competición:
Dólico (carrera larga) Ganador: Dromeo.
Ciudad de origen: Estínfalo.
Año
476 AC
Competición:
Dólico (carrera larga) Ganador: Agnostos-Desconocido. Ciudad de origen: Esparta.
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